Hallan vestigios de una “civilización perdida” en El Espino

jueves, agosto 28, 2008

El departamento de arqueología de Concultura descubrió en julio de 2007 y enero de 2008 vestigios arqueológicos de más de mil años de antigüedad en la zona donde se construye el Bulevar Diego de Holguín. Hasta hoy, el Ministerio de Obras Públicas y las autoridades de Concultura mantenían el hallazgo en secreto. La semana pasada, El Faro descubrió que en el sector poniente de la carretera aún en construcción, contiguo al nuevo edificio de Cancillería, el MOP encontró más cerámica prehispánica y tampoco informó nada. Los lugareños, que venden piezas libremente, hablan incluso de entierros. Un año después del hallazgo, gran parte de los vestigios están en proceso de destrucción.
¿Qué sentiría si el próximo año, cuando usted circule por el bulevar Diego de Holguín, le cuentan que ahí, debajo del duro y frío concreto, se encuentran los restos de una civilización prehispánica hasta ahora desconocida? ¿Qué sentiría si se entera de que la evidencia de esta civilización se perdió para siempre? Pues estas posibilidades son las que involucra el tramo II del bulevar, publicitado como la “primera vía expresa” de El Salvador, y que en 2006 y 2007 puso en aprietos a tres ministros del gabinete por la depredación ambiental que causó en la finca El Espino (Hugo Barrera, David Gutiérrez y Carlos Guerrero).

Ahí, justo donde miles de árboles fueron talados para compactar la tierra que servirá de base para el cemento, hay restos arqueológicos. La evidencia científica ubica restos a lo largo del tramo de 4.9 kilómetros.

El Faro constató el pasado martes 19 de agosto, al poniente de la zona dañada del parque Los Pericos, dentro de una zanja de aproximadamente dos metros de profundidad -que servirá de desagüe para la mega carretera-, que los tractores de la empresa COPRECA destruyeron decenas de piezas arqueológicas entre ollas, figuras antropomorfas, vasijas, collares…
Esta zanja colinda con el nuevo edificio de Cancillería. La cantidad de material encontrado –y destruido- sobrepasa la imaginación, a juicio de los trabajadores de la obra. En el terreno, COPRECA trabaja desde mayo, metiendo la excavadora que abrió al menos 200 metros en línea recta hacia una quebrada cercana, atrás del mercadito de Merliot, entre el límite de Antiguo Cuscatlán y Ciudad Merliot.

“Yo encontré un muñequito hace como dos semanas. Estaba completito. Tenía la cara bien hechita de indio, estaba sentado, como amarrado de manos y pies. En la cabeza tenía como un hoyito, como que era para andarlo colgado”, dice uno de los jornaleros, pala en mano. Otro, retirado unos cinco metros, da muestras de cómo se encuentran los restos de cerámica. “Así, mire (hunde la pala en el lodo)”. Y, efectivamente, están casi a flor de tierra. “¿Ve? Ahí hay”, dice. En la tierra removida aparecen restos de lo que se presume fue una vasija.
A estas alturas, dentro de la zanja, ya sólo aparecen restos de vasijas rotas, asas de cántaros y piernas desmembradas de figuras antropomorfas. Ni los jornaleros, ni los supervisores de la obra ni las autoridades del MOP informaron nada, pese a que la ley de Patrimonio Cultural obliga a parar la obra para informar de los hallazgos a Concultura, para que esta investigue sobre el terreno. Los jornaleros, ahora, apilan los tiestos en bolsas plásticas y se toman los hallazgos en broma.

“Mire, aquí tengo un indio que le puedo vender. Ahí está, ¿ve? Con la pala en la mano, ja, ja, ja”, bromea uno de los jornaleros mientras señala con el dedo a uno de sus compañeros.
Miguel Fiallos, ingeniero y encargado del proyecto por parte de COPRECA, después de admitir que no informaron nada a Concultura, alegó ignorancia de la ley y agradeció a El Faro de “dar la alerta” a las autoridades con esta noticia.

Conversación con Miguel Fiallos, ingeniero y encargado del proyecto por parte de COPRECA
Fiallos agregó que cuando se construyó la calle de acceso al edificio de cancillería, atrás del mercadito de Merliot, incluso llegaron a encontrar “osamentas” y collares que fueron lavados por una lluvia copiosa. Desaparecieron y el testimonio de Fiallos es la única prueba de ese hallazgo. Eso hace más de dos años. Nadie se enteró de nada.

Shione Shibata, encargado del Departamento de Arqueología (DA), oficina adscrita a Concultura, un día después de que El Faro atestiguara la destrucción producida por los tractores (miércoles 20), informó que ya habían realizado una inspección en el lugar. El arqueólogo lamentó que las autoridades del MOP no hayan avisado antes para rescatar algunas de las piezas que los trabajadores comentan que de ahí se extrajeron… y que se vendieron a precios risibles.
“Yo vendí un cántaro a 25 dólares a uno de los supervisores del MOP. Una medalla que tenía labrado algo, así como un sol, a cinco dólares, y un plato también a cinco dólares”, dice otro trabajador. 40 dólares por una milenaria historia.
Los cultivos más grandes hasta ahora.

En julio de 2007, fue el mismo Shibata quien descubrió, Diego de Holguín abajo, la primera evidencia de que bajo la tierra de la finca de café de El Espino hay una historia aún no descubierta ni contada. Shibata, quien trabaja en el país desde 1995 como arqueólogo –es graduado de la universidad de Doshisha y tiene una maestría de la universidad de Kanazawa, ambas en Japón-, encontró surcos de cultivo que datan del periodo preclásico y preclásico tardío (aproximadamente 420 d.C.), sepultados por la erupción del volcán Ilopango.

¿Sitio El Espino?Según el informe del DA de julio de 2007, “los surcos agrícolas permiten reconocer los límites funcionales de un asentamiento arqueológico el cual puede localizarse en algún sector muy cercano, con estructuras posiblemente. Estos rasgos agrícolas son considerados sitios arqueológicos secundarios, los cuales representan rasgos de actividad humana pretérita la cual sirve para reconocer un comportamiento sedentario hace más de 1,500 años”.

¿El número 68?En El Salvador existen 67 sitios arqueológicos que datan del mismo periodo (preclásico) en el cual se registran los surcos y restos arqueológicos identificados en El Espino.
El octavo surco de cultivoSurcos de cultivo en el país se registran ocho. Tres de los más importantes están en San Juan Opico: dos en Joya de Cerén (descubierto en 1989) y uno en Sitio El Cambio (70s).

También hay registrados en el Cerrón Grande (70s), Saburo Hirao (80s), Redondel El Platillo, en Ciudad Merliot (80s) y Diego de Holguín, en El Espino (2007).

El último hallazgo cerca de San SalvadorLos hallazgos en El Espino son parte de los más próximos a la ciudad capital que se registran en la arqueología salvadoreña. A la fecha, son los más novedosos. Uno de los últimos sitios registrados cerca de la capital fue Madreselva, en Santa Elena, un sitio arqueológico de primer orden que también fue arrasado en los noventas y que data del período posclásico (aproximadamente 900 d.C.).

Otros hallazgos en la capitalReportes del DA dan cuenta de otros hallazgos en San Salvador como el del cerro El Zapote, localizado en el Barrio San Jacinto, en los años 20; El Club Internacional, en el centro de San Salvador, a fines de los años 30; Loma Tacuazín, al sureste de San Salvador, en los años 40, y Barranco Tovar, en los años 50.

El arqueólogo japonés conducía su automóvil cerca del redondel Roberto d´Aubuisson, cuando sin querer observó a su mano izquierda, hacia el tramo sin construir del Diego de Holguín. Es este punto, El Espino ya no es del Estado. Es la parte de la finca que quedó a la familia Dueñas tras la reforma agraria de 1980. Shibata pidió disculpas a sus hijos y estacionó el carro. Bajó al terreno, confirmó sus sospechas e informó el 1º de julio de 2007 a Fabricio Valdivieso, para ese entonces todavía jefe del DA.

Valdivieso, en un informe posterior, concluyó que esos surcos de cultivo conllevan una importancia por su extensión (los más grandes registrados hasta el momento en el país) y por su cercanía con la ciudad capital. En la pared norte de la carretera, a siete metros de profundidad, los arqueólogos registraron un surco de 50 metros de largo. En la pared sur, a una profundidad que oscila entre los cuatro y seis metros, identificaron el otro surco. Mide 70 metros. Todavía no se ha identificado el tipo de cultivo, pero los expertos presumen que se trata de maíz.

Uno de los surcos de cultivo más cercanos –similares a los de Diego de Holguín- sólo se registran en sitio El Cambio, arrasado por la lotificadora Neila, propiedad de Mario Sol Bang, entre 2006, 2007 y 2008, bajo la mirada poco diligente de Concultura. En El Cambio, junto a los surcos, se encontraron entierros, fogones y un montículo. La importancia de los surcos de cultivo radica precisamente en que se infiere que junto a ellos existió una población aún no descubierta. Es decir, un sitio habitado por indígenas que ejercían su influencia en El Espino, el considerado último pulmón de San Salvador por su vegetación.

En la década de los ochentas, el descubrimiento de surcos de cultivo dio pie para que el mundo se maravillara ante Joya de Cerén (también en San Juan Opico), declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1993. Joya es el único sitio arqueológico que demuestra cómo vivían los antepasados comunes y corrientes en Mesoamérica. Ahí, en Joya, junto a los surcos se encontraron viviendas. Joya data del clásico tardío (entre el 590 y 640 d.C). Esto significa, según Valdivieso, que en El Espino probablemente habitó una civilización de mayor antigüedad.
“De no haber sido por la maquinaria del MOP, nunca hubiéramos descubierto esos surcos. La capa de tierra que evidencia el surco de cultivo está hasta a siete metros (aproximadamente) del nivel normal del suelo, cubierta por la ceniza volcánica y el humus. Era imperceptible”, dice Shibata. “Es una lástima que aquí no haya una cultura en la población de conservación de la historia arqueológica. Sólo así se explica que no avisen nada. Estamos atados”, añade, en referencia a que los encargados de la obra no informaron del hallazgo.

El historiador Pedro Escalante Arce comparte la opinión de Shibata. Él, sin embargo, es más pesimista. “Se ha perdido tanto y se sigue perdiendo tanto… es una lástima. Se destruye, se pierde, se vende, se trafica. Es demasiada la riqueza arqueológica del país como para que el Estado pueda salvarla toda”, dice.

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