Existen varias hipótesis sobre los orígenes del teatro, pero la más estimulante
tiene la forma de una fábula:
Una noche, en tiempo inmemorial, un grupo de hombres se habían reunido
en una caverna para calentarse en torno a un fuego y contarse historias.
Cuando, repentinamente, uno ellos tuvo la idea de levantarse y de utilizar
su sombra para ilustrar su relato. Al ayudarse con la luz de las llamas, hizo
patentes sobre las paredes de la cueva a unos personajes de tamaño
mayor que los naturales. Los otros, deslumbrados, reconocieron en las
sombras al poderoso y al débil, al opresor y al oprimido, al dios y al mortal.
Hoy día, la luz de los proyectores sustituye a la fogata inicial y la maquinaria
de escena, a las paredes de la caverna. Y con todo respeto a algunos
puristas, esta fábula nos recuerda que la tecnología es la causa incluso del
teatro y que no debe percibirse como una amenaza, sino más bien como
un elemento enriquecedor.
La supervivencia del arte teatral depende de su capacidad para
reinventarse integrando nuevas herramientas y nuevas lenguas. ¿Si no,
cómo el teatro podría seguir siendo el testigo de todas las grandezas y de
lo que está en juego en su tiempo y, al mismo tiempo, promover el acuerdo
entre los pueblos, si él mismo no demostrara apertura? ¿Cómo podría
jactarse de ofrecer soluciones a los problemas de la intolerancia, la exclusión y
el racismo, si, en su práctica propia, se negase a todo mestizaje y a toda
integración?
Para representar al mundo en toda su complejidad, el artista debe
proponer formas e ideas nuevas, confiando en la inteligencia del
espectador, que es capaz así mismo de distinguir la silueta de la
humanidad dentro del perpetuo juego de luces y sombras.
Es cierto que jugando mucho con el fuego, el hombre corre el riego de
quemarse, pero así alberga también la esperanza de convencer y de
iluminar.
tiene la forma de una fábula:
Una noche, en tiempo inmemorial, un grupo de hombres se habían reunido
en una caverna para calentarse en torno a un fuego y contarse historias.
Cuando, repentinamente, uno ellos tuvo la idea de levantarse y de utilizar
su sombra para ilustrar su relato. Al ayudarse con la luz de las llamas, hizo
patentes sobre las paredes de la cueva a unos personajes de tamaño
mayor que los naturales. Los otros, deslumbrados, reconocieron en las
sombras al poderoso y al débil, al opresor y al oprimido, al dios y al mortal.
Hoy día, la luz de los proyectores sustituye a la fogata inicial y la maquinaria
de escena, a las paredes de la caverna. Y con todo respeto a algunos
puristas, esta fábula nos recuerda que la tecnología es la causa incluso del
teatro y que no debe percibirse como una amenaza, sino más bien como
un elemento enriquecedor.
La supervivencia del arte teatral depende de su capacidad para
reinventarse integrando nuevas herramientas y nuevas lenguas. ¿Si no,
cómo el teatro podría seguir siendo el testigo de todas las grandezas y de
lo que está en juego en su tiempo y, al mismo tiempo, promover el acuerdo
entre los pueblos, si él mismo no demostrara apertura? ¿Cómo podría
jactarse de ofrecer soluciones a los problemas de la intolerancia, la exclusión y
el racismo, si, en su práctica propia, se negase a todo mestizaje y a toda
integración?
Para representar al mundo en toda su complejidad, el artista debe
proponer formas e ideas nuevas, confiando en la inteligencia del
espectador, que es capaz así mismo de distinguir la silueta de la
humanidad dentro del perpetuo juego de luces y sombras.
Es cierto que jugando mucho con el fuego, el hombre corre el riego de
quemarse, pero así alberga también la esperanza de convencer y de
iluminar.
Robert Lepage
Québec, 17 de febrero 2008
muy buenas vibras positivas
Unidad y Respeto !
bless
seba
Un Poco De
(programa de radio dedicado a la cultura jamaicana)